Marcelino Rodriguez
Antecedentes
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Corría la mitad del XIX. Buenos Aires era todavía “La Gran Aldea”. Sus calles empedradas se extendían por el Oeste hasta Entre Ríos y por el Sur, hasta Independencia. Más allá de esa periferia se desparramaban los llamados barriales.
Uno de los más “populosos” era el actual barrio de Constitución, que por aquel entonces tenía una población de mil almas. La iluminación de esa barriada era suministrada con lámparas aceite, y como signo de progreso, en la calle Brasil se había instalado un farol de gas.
Las escuela oficiales más cercanas, se encontraban: Una, en Barracas, otra, en la Boca y la tercera ubicada en la calle Estados Unidos, llamada “de los suburbios” pues, precisamente allí comenzaban los barriales. Cada escuela con un solo maestro para atender a un centenar de alumnos.
En ese barrio de Constitución estaban arraigadas varias familias patricias, entre las que se encontraba la formada por un caracterizado vecino, Don Marcelino Rodríguez, hombre piadoso, de gran fortuna y muy caritativo.
Auténtico patriota, desde muy joven se radicó en la Paraguay llevado por sus negocios y allí precisamente cuando estalló la Revolución de Mayo, desempeñó un papel importante al gestar con otros compañeros un movimiento, que por motivos ajenos a sus buenos propósitos, fracasó y fueron aprehendidos sufriendo un largo encarcelamiento.
Finalmente liberado, regresó a Buenos Aires y aquí prestó valiosos servicios a la Patria naciente, cooperando con su dinero y prestigio para equipar las tropas que combatirían en Brasil.
Como dijéramos, este patricio tenía arraigados sentimientos cristianos y era muy devoto de la Virgen y Mártir Santa Catalina de Alejandría, cuya imagen había traído de España, su abuelo el Dr. Januario Fernández.
Según consta en un documento que aún hoy se conserva, don Marcelino Rodríguez manifestaba que no podía ser indiferente a un culto tan arraigado en su familia y que dominado por el mismo sentimiento religioso y como tributo a esa devoción, quería hacer algo para fortalecerla y fue entonces que concibió la feliz idea de mandar a edificar con sus recursos económicos y en terrenos propios, una capilla dedicada a Santa Catalina Virgen y Mártir.
Decidido a ello, se abocó de inmediato a tan laudable empresa y fue así como a comienzos de 1860 solicitó la debida autorización al Ilustrísimo Sr. Obispo Diocesano, Dr. Mariano José Escalada y previa licencia del Excmo. Señor Gobernador de Buenos Aires, Bartolomé Mitre, se iniciaron las obras el 26 de noviembre de 1860, bajo la dirección del Sr. Arquitecto don Pedro Benait.
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Inauguración de la Capilla y Colegio
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Finalmente el 25 de noviembre de 1861 y coincidiendo con la festividad de Santa Catalina V. y M., se inauguró con gran pompa y esplendor la capilla dedicada a la Santa.
Asistieron a este evento especialmente invitadas, las principales familias de la ciudad con las que estaba vinculado don Marcelino Rodríguez. Apadrinó el acto el Dr. Pastor Obligado, Ministro de Gobierno. El párroco de la Concepción, Presbítero Víctor Silva, tuvo a su cargo la bendición del nuevo templo. El panegírico de circunstancias, el canónico Dr. Felipe Elortondo y Palacios, y el Padre Mariano Babollo, ofició la Santa Misa.
Como dato simpático, gracias a la minuciosa crónica de aquel entonces, podemos agregar que la función litúrgica era a acompañada por música sacra que ejecutaba en un armonio, un jovencito de once años cuyo nombre era Eduardo Carranza, quien acompañaba al coro integrado por su padre, su hermano Ireneo y don Rufino Rodríguez, vecinos de Barracas al sur (actual Avellaneda).
Hemos podido recoger de crónicas de ese entonces, que la antigua capilla de Santa Catalina, se levantaba sobre una hermosa loma que tenía a su frente una gran quinta con plantaciones de olivos. Dábale cabida una plazoleta con jardín de más o menos quince metros de frente por diez de fondo.
El estilo arquitectónico de la capilla tenía influencias góticas, cuyas líneas se conservaron en las posteriores ampliaciones. Contaba de una sola nave, pero a uno y otro lado se construyeron varias habitaciones que con el correr del tiempo se transformaron en naves laterales, poco estéticas –sin duda- pero necesarias para recibir la afluencia cada vez mayor de fieles.
Anexa a la capilla, había dispuesto don Marcelino edificar también una pequeña escuelita que quedó habilitada en la fecha de inauguración de aquella.
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Fallecimiento del Fundador
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El 15 de julio de 1875, a la edad de 86 años, fallecía cristianamente el benemérito fundador de esta obra, don Marcelino Rodríguez.
A su muerte se oficiaron solemnes y sentidos funerales y sus restos fueron sepultados en la cripta que se encontraba bajo el presbiterio. El retrato de este benefactor insigne, se conserva en la sala de la Dirección del Colegio.
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Sus herederos
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Fueron herederos de sus bienes, dos hijos suyos, don Gregorio y don José Olimpio. Don Gregorio Rodríguez, continuó la piadosa obra que había iniciado su padre, sosteniendo con sus aportes de dinero, la capilla y la escuela.
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Primeros inconvenientes
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No fue fácil este traspaso, pues surgieron desacuerdos familiares, que entorpecieron la buena voluntad de don Gregorio M. Rodríguez.
En forma sucinta los hechos eran los siguientes: muerto el fundador, cada uno de los herederos pretendía disponer de la posesión de la capilla, de las salas, de los cuartos y del patio que servían para las clases y de las habitaciones del capellán, comprendidos todos en dos lotes de terreno.
Don José Olimpo, había donado ya a la Sociedad de Damas de Beneficencia, para la fundación de un asilo de niños, todo el terreno y la casa que se encontraban ubicadas dentro de unos de los lotes (desde la esquina de Caseros y Tacuarí hasta la esquina de Brasil y Tacuarí, con un ancho de 31 metros). Una vez construido el asilo se confió su administración a las Reverendas Hermanas de San Vicente de Paul. El otro lote que estaba en cuestión, donde se encontraban construídas la capilla y la escuela, era el que también don José Olimpio pretendía cedérselo a la Sociedad de Damas de Beneficencia.
Finalmente y después de mucho pleitar, los dos hermanos de común acuerdo resolvieron ceder el lote más otros terrenos (propiedad de don Gregorio) a Monseñor Federico Aneiros, Arzobispo de Buenos Aires, para que él dispusiera como mejor conviniere.
Aquí más que nunca, trabajó infatigablemente el Presbítero don Carlos Palomar para que esas propiedades fueran traspasadas al dominio de la Sociedad Salesiana. En esas gestiones, tuvo un eficaz colaborador en la persona del distinguido cooperador salesiano, el Dr. Pedro Giraud.
Toma de posesión de los primeros Salesianos
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Finalmente y con el favor de Dios, el señor Arzobispo cedió la escuela y la capilla a los salesianos, tomando posesión de las mismas Monseñor Santiago Costamagna, que en su calidad de Padre Inspector, representaba en Buenos Aires, a la Institución Salesiana.
El 20 de agosto de 1885, marca un hecho histórico de nuestro Instituto, pues ese día tuvo lugar la iniciación de una obra maravillosa. Era simplemente la Providencia Divina la que guió a este escuadrón de almas humildes pero ardorosas, de ese fuego sacro que impulsó el alma de su Padre y Mentor: San Juan Bosco.
En aquella época, los primeros salesianos se encontraron con un pequeño templo y algunos cuartos con pretensiones de aulas escolares. Pero esa capillita, pese a sus reducidas proporciones, llenaba una sentida necesidad pues las distancias hacia los templos más cercanos se veían magnificadas por la carencia de medios de transporte y lo intransitable de sus calles, imposibilitaba a los vecinos (de este barrio), el cumplimiento de sus deberes religiosos.
Sus restos se encuentran enterrados en nuestro Templo. Fueron trasladados en una ceremonia plagada de gran emoción el 2 de enero de 1954.
Un prócer de Mayo fundador del Templo y Colegio de Santa Catalina de Alejandría
Después del combate de Tacuarí, el general Belgrano debió firmar el armisticio con los paraguayos; pero al conferenciar con los principales personajes del ejército enemigo, los conquistó por la causa de Buenos Aires. Descubierta la conspiración, tramada por los patriotas de Asunción, varios de sus dirigentes fueron encarcelados, entre ellos, el comerciante Marcelino Rodríguez, joven porteño llevado por sus negocios al Paraguay. Liberado por sus compañeros, participó activamente en la revolución del 14 de Mayo de 1811, día inicial de la gesta emancipadora, concebida y ejecutada con la única intención de unir en un solo destino a ambos pueblos integrantes del mismo virreinato. De regreso a Buenos Aires, Marcelino prestó sus servicios a la patria naciente cooperando, con su dinero y su prestigio, para equipar las tropas que debían combatir en el Brasil en guerra con la Argentina. Hombre piadoso, caritativo y auténtico patriota, realizó al fin de su vida, la obra que lo inmortalizaría, erigiendo un oratorio público en la calle Brasil, entre Tacuarí y Piedras, en terrenos de su propiedad, desde donde se propagaría la palabra evangélica, bajo la invocación de Santa Catalina, en homenaje a a la devoción de sus abuelos; y contiguo a éste, una escuela gratuita para niños pobres, extendiendo su largueza hasta costear la ropa y el calzado a los menesterosos. Para valorar justamente la obra patriótica y apostólica de don Marcelino bastará recordar lo que era la “Gran Aldea” en 1860. Sus calles empedradas se extendían por el oeste hacia [la avenida] Entre Ríos y por el sur hasta Independencia, o sea, siete cuadras antes de llegar a calle Brasil. La iluminación era con lámparas de aceite en el barrio de Constitución, y, en la calle Brasil, sólo había un farol de gas. Las escuelas más cercanas a la quinta del Sr. Rodríguez eran: una en Barracas, otra en la Boca y la tercera en la calle Estados Unidos, llamada “[escuela] de los suburbios", pues allí comenzaban los barriales. Cada escuela tenía un solo maestro con un centenar de alumnos. La fundada por don Marcelino tuvo también su centenar de alumnos de primero a cuarto grado. La República se desangraba en guerra fratricida después de Caseros, entre las dos batallas de Cepeda y la de Pavón; mientras los ejércitos nacionales pretendía imponer a sangre 1 y fuego el ideario de su jefes a las provincias, acrecentando los odios de partido, se dibujaban en el horizonte de la patria densos nubarrones de angustia y desolación. Don Marcelino, hombre lleno de sincero amor por la verdadera cultura del pueblo argentino, escribía, en tales circunstancias y ambientes en el Acta de Fundación del nuevo templo y escuela:
“Hace un siglo que nuestro abuelo D. Januario Fernández, hizo traer de Europa la Imagen de Santa Catalina Virgen y Mártir á la que tenía una devoción especial, y cuya función celebraba con mayor religiosidad. Después de su fallecimiento la familia siguió las mismas prácticas sin alteración alguna; y últimamente su nieta y mi hermana Da. Catalina Rodríguez de García, conservando la Imagen en su poder, celebraba la función todos los aniversarios en el templo de Santo Domingo. Yo no podía ser indiferente á un culto tan sinceramente prestado por mis antepasados y dominado por un sentimiento religioso, como un débil tributo a su memoria, y queriendo hacer algo en bien de la religión y de mi país, concebí la idea de fundar una capilla y todo lo anexo á ella, con mis recursos y en terreno de mi propiedad. En efecto, el 26 de noviembre de 1860, previa licencia del Excmo. Sr gobernador de Buenos Aires Brigadier D. Bartolomé Mitre, y con la autorización del Illmo. Sr. Obispo Diocesano Dr. D. Mariano José de Escalada, se dio principio a la obra, bajo el plano levantado por el arquitecto D. Pedro Benoit y bajo su inmediata dirección (...)
He creído siempre que una educación moral y religiosa contribuye poderosamente á la felicidad de los pueblos, y es por esto que contigua a la capilla he construido una escuela, que también se inaugura este día (...) Al terminar esta Acta solo me resta implorar el favor de Dios Nuestro Señor para que conserve esta pequeña obra erigida solamente para su gloria, con la esperanza que mis sucesores la engrandezcan”.
La solemne bendición del edificio se realizó el 25 de Noviembre de 1861, fiesta litúrgica de Santa Catalina, por el cura párroco de la Concepción, presbítero Víctor Silva; apadrinó el acto el doctor Pastor Obligado, ministro de gobierno, y fue el primer capellán y director el canónigo Carlos Palomar, quien regentó la obra hasta que el 20 de agosto de 1885 fue entregada a la institución Salesiana. Después de 25 años de intensa labor apostólica, el anciano canónigo aconsejó a don Gregorio, hijo de don Marcelino y heredero de su bienes, que cediera la piadosa y patriótica fundación a los hijos de don Bosco. El arzobispo Aneiros, al aceptar la donación, la confió a los salesianos que, desde aquella fecha, se hallan al frente de los destinos del templo y colegio creados por don Marcelino, fallecido el 15 de Junio de 1875 a los 86 años de edad.
Dignos Herederos del Prócer Argentino, fundador del templo y la escuela
El voto que formuló don Marcelino el día de la fundación se ha cumplido, y la plegaria elevada a Dios por el engrandecimiento de su obra ha sido escuchada. La humilde escuelita de 1861, donde se enseñaba a leer, escribir, contar y la doctrina cristiana, ha visto desfilar por sus aulas y patios decenas de miles de niños y jóvenes en sus diversas categorías de oratorianos y exploradores y de alumnos de enseñanza primara, y, posteriormente, en sus nuevas secciones de enseñanza media, normal y superior: alumnos del ciclo básico, del magisterio, del bachillerato y del profesorado. El templo ha sido un poderoso centro de irradiación de vida cristiana para los hogares del barrio sur, y la propaganda religiosa, organizada por su editorial y moderna librería, ha penetrado hasta los últimos rincones del territorio nacional. Cada dirección del colegio, en sus 84 años de vida salesiana, evoca recuerdos indelebles en la nutrida falange de exalumnos de la benemérita institución. Las solemnes funciones religiosas desarrolladas en el templo y las actividades del oratorio festivo: centro de atracción de la zona, durante los rectorados de los sacerdotes Juan Paseri, Vítor Durando y Juan Gasparoli; las construcciones del director Pedro Milano, los círculos de obreros, conferencias vicentinas y actividad del centro de exalumnos y exploradores bajo las direcciones de los sacerdotes Luis Macchi, Bartolomé Molinari, Esteban Pagliere, Santiago Doyle y Juan Farinatti, secundados por la eficaz colaboración de grandes salesianos como el inolvidable Padre Julio Bellingeri y los infatigables coadjutores don Camilo y DonTeresio, la creación del Normal y del Bachillerato, la creación de la Editorial, de la Biblioteca de Ascética y del sindicato de Maestros y Profesores Católicos, y los festivales artísticos, torneos gimnásticos, excursiones y campamentos durantes las direcciones de los sacerdotes Roberto Tavella, Pablo Vicari y Luis Correa Llano. Finalmente las nuevas construcciones del moderno templo, homenaje de la feligresía y de los cooperadores y exalumnos salesianos a la obra de Don Bosco bajo la dirección de los sacerdotes Guillermo Leaden, Juan Cristiano y Francisco Jordán. Este conjunto de obras antiguas y modernas en floreciente actividad son otros tantos jalones del creciente dinamismo de la institución salesiana para el bien físico como intelectual y moral de la juventud argentina que se educó y se educa en el colegio de Santa Catalina, una de las doscientas fundaciones que los salesianos tienen esparcidas por toda la extensión de la República.